El 24 de abril del 2013 ocurrió en Bangladesh un hecho que marcó un antes y un después en la industria de la moda. En la capital del país, Dhaka, se derrumbó la fábrica textil llamada Rana Plaza, donde trabajaban unas 5.000 personas, en su mayoría mujeres.
Este accidente sacudió al mundo entero por los daños ocasionados, vidas perdidas y efectos colaterales. A nivel mundial, se le vieron las costuras a varias marcas internacionales.
El derrumbe del edificio de 9 pisos no fue el primero en la industria. Sin embargo, luego de los acontecimientos y debido a la tarea de los medios de comunicación a nivel mundial, se tomaron cartas sobre el asunto.
Entre los 90 y la primera década del 2000, Bangladesh fue uno de los primeros países en la lista de exportación internacional de ropa. En este lugar, la inseguridad laboral en las fábricas era un problema notorio.
En 2013, luego del incidente, se lanzó el Acuerdo sobre Salud y la Seguridad de Edificios en Bangladesh, como un modelo a seguir por las fábricas textiles del país.
Mantener y hacer seguimiento de las instalaciones, generar programas formativos para los trabajadores y cortar relaciones de negocios con proveedores que no estaban de acuerdo con mantener espacios laborales seguros eran algunos de los compromisos.
En 2021, el Acuerdo se actualizó para que pudiera ser aplicable a nivel internacional, no solo en Bangladesh. Algunas de las marcas conocidas que lo han firmado son: Adidas, el grupo INDITEX y Puma. Mientras, otras marcas como Amazon y Walmart aún no lo han hecho, poniendo en peligro la vida de sus trabajadores textiles.
La práctica común de trabajar con terceros en países en vías de desarrollo se implementa desde las últimas décadas del siglo pasado. Las marcas de ropa que eran potencias en países con gran poder económico preferían producir en países empobrecidos por los bajos costes.
Es a partir de los años 80 y debido al Acuerdo de Multifibras (AMF), un sistema que limita la cuota de ropa asiática que podía entrar a Estados Unidos y Europa, que se empieza a producir en países como Tailandia, Bangladesh e Indonesia.
Años más tarde, el mercado europeo vio una oportunidad en Turquía y Marruecos; y el estadounidense en Latinoamérica, en México.
La industria de la moda en América Latina y El Caribe
Según Oxfam, para el año 2015 263.000 mujeres eran explotadas en las maquilas. Estos lugares de producción de prendas de vestir, populares por ser de bajo coste y hechura rápida, no cuentan con infraestructuras ni condiciones laborales óptimas y tampoco los cumplimientos legales necesarios.
En el estudio de la organización, Derechos que penden de un hilo, los datos son recabados principalmente de mujeres entre 18 a 35 años procedentes de Honduras, Nicaragua, El Salvador y Guatemala.
La producción de ropa masiva es un trabajo hecho principalmente por mujeres, y las razones pueden ser muchas: porque la mayoría tienen menos acceso a la formación académica y el oficio se puede aprender de forma tradicional en sus hogares, pues la práctica de la costura se ha considerado como algo ‘femenino’.
Muchas personas de bajos recursos, sin formación especializada, solo tienen acceso a empleos mal remunerados porque no tienen otras oportunidades para desarrollarse económicamente.
Repasar la historia del sector textil nos indica que los problemas actuales de explotación laboral en maquilas con personas que reciben salarios bajos y, a pesar de trabajar, siguen en la pobreza, han estado presentes desde hace décadas y se expanden alrededor del mundo. En unos lugares de forma más visible que en otros.
Las costuras de la industria de la moda
Los mismos medios tradicionales, el entretenimiento y la farándula han tapado el lado oscuro de la industria de la moda, aquel en donde se invisibiliza el trabajo textil.
Desde la pregunta ¿quién hizo mi ropa? —que además es una campaña de Fashion Revolution— podemos conocer la historia de lo que vestimos. La transparencia es uno de los retos más grandes que tienen las personalidades de la industria para generar cambios.
A nivel mundial, distintas organizaciones trabajan por cambiar sistemáticamente la industria de la moda. Las denuncias de la explotación laboral son el inicio para romper con este problema.
Clean Clothes Campaign monitorea estos casos e informa a los trabajadores textiles sobre sus derechos como creadores. Otro ejemplo: anualmente, la organización Global Fashion Agenda organiza un foro para discutir los desafíos socioambientales de la industria de la moda.
Lo más importante es que lxs mismxs trabajadorxs textiles puedan alzar sus voces y reconozcan que están pasando por una situación que atenta contra sus derechos laborales.
Por otro lado, los consumidores que tienen acceso a informarse para conocer el impacto de la producción masiva deben ser críticos con sus decisiones de compras.
Efectivamente la injusticia social en la industria de la moda es un problema sistemático. No se acabará hoy, ni probablemente de aquí al 2030 —aunque los ODS son nuestra guía—, pero eso no quita que los cambios los podemos hacer desde ahora.
Nuestro rol como consumidores
Como personas que nos vestimos en el día a día, es importante valorar el trabajo hecho a mano, la confección y reconocer el valor que esto cuesta. Revisar la etiqueta y saber de dónde viene nuestra ropa también nos dice mucho de la manera en la que fue hecha.
Estos son factores que hay que tener en cuenta para ser más conscientes sobre el impacto de nuestro consumo de ropa.
La moda no solo son los últimos modelos que están en tendencia, los mejores outfits que presentan famosos en alfombras rojas, las polémicas que surgen en los desfiles de las casas de grandes diseñadores.
También es un mundo donde la explotación y el incumplimiento de los derechos laborales se ocultan detrás de cada prenda.