Texto por: Ludannys Flames.
La moda, con frecuencia reducida a lo estético o superficial, es en realidad un poderoso vehículo de comunicación social y política. Cada prenda que elegimos vestir es un acto de enunciación, —consciente o inconsciente— que, en palabras de Mima Cortez, «puede hablar a las personas desde nuestra identidad de género, nuestra clase social y los valores que nos constituyen».
En un mundo que busca controlar los cuerpos y las identidades, la moda surge como espacio de rebelión y libertad.
Mima Cortez es comunicadora visual con perspectiva racial y de género, diseñadora e ilustradora, social media producer, investigadora y promotora de la decolonialidad en la industria de la moda. Fundadora de su marca personal «Mima Cortez: diseño consciente y liderazgo femenino» y del colectivo Todxs Podemos Ser.
También es coordinadora del movimiento Fashion Revolution Venezuela. Desarrolla branding estratégico y contenido con propósito para emprendedoras.
A lo largo de la conversación, Mima reflexiona sobre la reconstrucción de la identidad afro, el uso simbólico de la indumentaria LGBTIQ+, los efectos del colonialismo en Latinoamérica y la importancia de repensar nuestra relación personal con la ropa.
¿Por qué crees que la moda importa? ¿Qué puede decir tu vestimenta más allá de lo estético?
Nos han enseñado a ver la moda como un espacio alejado de intenciones políticas, identitarias, culturales e históricas. Pero la realidad es que la moda es, en sí misma, un medio de comunicación, que abarca desde el espacio individual hasta los discursos colectivos.
La moda importa porque es un acto cotidiano, es un hábito que adquirimos incluso antes de poder decidir qué queremos o qué necesitamos vestir. Entendiendo que no siempre la moda existió, su nacimiento surge de necesidades que ayudaron a la humanidad a sobrevivir a los desafíos climáticos y ambientales.
Con el paso del tiempo y especialmente con la construcción de la sociedad capitalista, la moda ha tomado otro carácter, alejándose de su función original de expresión y comunicación, para convertirse en ese mar de banalidades que hoy conocemos.
Lo que expresamos en la moda no todo el tiempo son mensajes pensados o conscientes. No estamos teniendo un proceso de reflexión o de introspección acerca de lo que significa la moda.
Sin embargo, incluso desde ese lugar de inconsciencia, seguimos dando un mensaje al mundo, un mensaje que le puede hablar a las personas desde nuestra identidad de género, nuestra clase social y los valores que nos constituyen.
La moda en sí misma es un lugar de iniciación, desde dónde estamos parados y qué le queremos contar al mundo.
El valor estético es lo que más ha predominado en el discurso de la moda. Sin embargo, desde mi perspectiva, no es lo central. Es decir, entendiendo que la estética también es un valor que tenemos que deconstruir y que cada persona puede y debería tener la libertad de determinar cuál es la estética que quiere representar a través de la moda.
Alejarse un poquito de ese discurso mainstream que nos dice qué usar y qué no usar y que a veces usa la moda como un instrumento de control y de disciplina, determinando qué podemos vestir en ciertos espacios y cómo será percibida nuestra existencia a través de lo que llevamos puesto.
En resumen, la moda importa muchísimo, incluso más de lo que muchos reconocen. La estética funciona como un mecanismo de disciplina y control.
Nuestro trabajo como individuos consiste en comprender que, al apropiarnos de nuestra estética, le estamos dando un mensaje mucho más transgresor y contundente a la sociedad.
Muchos hitos de la historia se han vestido de manera simbólica. ¿Hay algún período histórico que te parezca especialmente potente en términos de moda política?
Sí, este. El presente especialmente en Venezuela. Vivimos en una sociedad conservadora que controla, fiscaliza y regula los cuerpos; la ropa que usamos puede incluso excluirnos de espacios públicos.
La moda nos separa, lastimosamente, en clases sociales. Y siento que el presente en Venezuela está siendo bastante transformador. Personas que se reconocen como disidencias de género, clase o raza están apropiándose de la moda y convirtiéndola en una bandera de insurrección frente a los discursos de control que se nos da.
Cuando somos niñas no decidimos qué vestir, pero al volvernos adultes entendemos que nuestro vestir es parte de un discurso narrativo de nuestra propia vida; lo convertimos en un arma. Un arma que no hiere, sino que reivindica y reconstruye dignidad.
En los últimos 4 o 5 años, especialmente tras la pandemia, lo que se denomina como moda alternativa ha cobrado fuerza: las personas toman decisiones no solo éticas, sino políticas.
Vestirse diferente ya no es raro, es simplemente ser uno mismo. Y eso me parece muy poderoso, ya que en nuestro país casi no tenemos espacios para manifestar y dar a conocer cuáles son nuestros reclamos y nuestros discursos políticos.
Entonces creo que la juventud sobre todo, y repito, las personas que se autodenominan o que se reconocen como disidencias, están usando ese poder de la moda para narrar otras historias de sus propias historias.
Movimientos como los Sans-Culottes, las sufragistas o los Black Panthers usaron la vestimenta para desafiar el poder. ¿Qué ejemplos actuales destacarías donde la moda sigue siendo un acto de protesta?
La ropa siempre ha sido un instrumento de manifestación cultural y ahora es un lenguaje político. Para mí, fue muy esclarecedor estudiar la vestimenta de las Panteras Negras y relacionarlo con las identidades afro, que es mi línea de estudio.
Nuestra estampa e identidad como comunidades negras se construyó desde la blanquitud. Es decir, fueron las personas no negras quienes determinaron o dijeron cómo se veían las personas negras, qué podíamos usar y qué no.

Y creo que ahora lo entendemos y estamos intentando performar esa negritud moldeada por el discurso hegemónico que nos dice cómo tenemos que ser: si el afro debe ser más o menos grande, si está bien no alisar el cabello; esta visualización del cuerpo negro que va como coartando nuestra libertad y nuestra autonomía de decidir sobre nuestros cuerpos.
Hoy las comunidades afro estamos intentando narrar nuestra propia historia contemporánea a través de la indumentaria, despojándonos del «disfraz de negros».
Dejando atrás ese estereotipo que dicta que el turbante es de negras, que el afro es de negros o que el estampado es de negros, que estos elementos pueden ser parte de la identidad, pero no cuando se vuelve una determinación hegemónica.
Entonces, esa libertad de explorar es también un acto muy reivindicativo y político. Me parece más importante la reconstrucción de nuestra dignidad como comunidad.
Entonces, ¿hay alguna prenda o estilo que te haga sentir que está contando esa historia tanto de violencia, de resistencia?
Hasta ahora no he conocido si las personas o si alguien cercano narra su historia de violencia a través de la ropa. Algo que he aprendido en el trabajo comunitario y social, especialmente con poblaciones altamente vulneradas, es que muchas personas no quieren cargar esa etiqueta y ese estigma que significa ser sobreviviente de cualquier tipo de violencia.
Más allá de prendas que narran historias de sobrevivencia o violencia, he conocido personas que narran su presente y el camino que recorrieron hasta allí a través de lo que visten. Me parece muy sanador y reparador el uso de los colores de la comunidad LGBT dentro del vestir en la vida cotidiana.
No en el mes del Pride, no el 28 de junio, no el día contra la violencia hacia personas LGBTIQ+ en mayo, sino a diario: una chapita, un pin, una bandana. Esos pequeños símbolos permiten reconocernos entre personas y, más que declarar una identidad, envían el mensaje de que esa persona es un lugar seguro para ser.
Me pasa mucho cuando voy por la calle o en un bus y veo a una chica, un chico o un chique con una plaquita de la comunidad y me hace sonreír por dentro, porque sé que esa persona de alguna manera está viviendo cosas que yo también he vivido o que también estoy viviendo.
Ese acto de resistir y buscar emancipación estética a través de estos símbolos nos une en un mismo discurso.
No se trata de ser subversivos o transgresores, sino de encontrar a otras personas que sienten y piensan como nosotros. Porque una persona que decide salir a la calle usando los colores o símbolos de la comunidad entiende el riesgo que asume, porque su vida puede estar en peligro solo por llevar una prenda o accesorio. Pero aun así lo hace, porque sabe que hay un fin mayor: conectar con otras personas que comparten sus mismas direcciones.
Eso me parece súper poderoso y político. Muchas veces, para quienes están fuera de esta burbuja solo es llamar la atención. Pero para nosotros es un abrazo sin tocar al otro, un acto de empatía, solo porque sabes que esa persona también pudo haber tenido un camino doloroso o simplemente entiende lo que significa pertenecer a esa comunidad.
¿Qué lugar ocupa Latinoamérica en esta conversación sobre moda y política?
Partiría por decir que Latinoamérica es un proyecto europeo de colonización. Cuando miramos Latinoamérica desde esa perspectiva entendemos que lo blanco, lo europeo, lo estadounidense, lo americano es aspiracional.
La moda europea ha regido en la historia de la moda mundial, ha sido usada como un instrumento comunicacional de control para borrar nuestras raíces e identidades originarias.
Por supuesto, no queremos representar, vivir ni investigar nuestra cultura, porque la moda es un espacio cultural que nos ha sido arrebatado. Hicieron muy bien ese trabajo, es un trabajo de siglos, de violencia, genocidio, y una cultura de extracción que no solo se llevó la tierra, sino también ideas, proyectos y culturas.
Me parece chimbo cuando algo que debería ser nuestro se vuelve motivo de crítica. Por ejemplo, hace poco vi un video donde una chica que visitaba Machu Picchu se vistió con colores típicos, y otras personas la juzgaron, diciéndole que no podía vestirse así porque irrumpía en la estética de Machu Picchu.
Y es como, hermana, ¿cómo te explico que la gente que vivía allí se vestía de esos colores? Porque esos eran sus colores.
Somos nuevamente una sociedad moderna, pero neocolonial, no postcolonial, porque el periodo de colonización no ha terminado, simplemente ha mutado y sigue imponiendo control.
Muchas tendencias que parecen inocentes, como Clean Look, Old Money o Cottagecore, en realidad son instrumentos de control social. Primero, nos obligan a consumir lo que ellos quieren que compremos; segundo, introducen valores políticos e ideologías que buscan controlar a la población.

Latinoamérica es una región muy compleja porque no todos sus países vivieron el mismo proceso de colonización. Algunos fueron colonizados por españoles, otros por ingleses, y algunos por ambos. Y eso ha hecho que nuestra relación con nuestras propias culturas sea muy difícil.
Cuando una persona en Venezuela realiza un trabajo de investigación, fotografía, documental o una diseñadora o diseñador crea una colección basada en nuestras raíces, se convierte en un fenómeno.
Esto sucede porque no estamos acostumbrados. En la mayoría de los casos, este fenómeno es positivo, pues implica un auge de representación.
La representación es fundamental, y durante toda la historia de Latinoamérica ha sido relegada, precisamente porque no la vemos como algo importante, como algo determinante, como algo que influye en nuestra cotidianidad.
Nuestras identidades como países latinos provienen de una mirada europea. Por eso, es importante entender a Latinoamérica como un espacio complejo, nada homogéneo, que debe analizarse por países.
Esta regionalización suele homogeneizar los procesos culturales e históricos, lo que nos hace perder el enfoque en nuestras propias ciudades, que son espacios cargados de historia y cultura, pero que ignoramos porque, otra vez, estamos siempre en la búsqueda de pertenecer, de encajar.
¿Qué le dirías a alguien que cree que la moda no cambia nada, que la moda no importa?
A mí me gusta hablar, pero me cuesta dar consejos, porque los consejos siempre son difíciles. Sin embargo, si conversara con alguien sobre este tema, le dejaría algunas preguntas: ¿Cómo es tu relación con tu ropa? No con la ropa que quieres tener o la que ves en Pinterest, sino con lo que ya tienes en tu closet.
Cuando miras al pasado y ves tus looks desde bebé hasta hoy, ¿cómo te sientes con eso que usabas? Con aquello que tus padres decidían. ¿Y cómo sientes que ha evolucionado ese camino hasta el día de hoy?
Creo que es importante hacernos preguntas profundas: no solo qué te gusta usar, sino cómo te sientes usándolo, al comprarlo, al mirarte al espejo. ¿Quién eres cuando usas una prenda u otra? Al final, siempre estamos interpretando versiones de nosotros mismos.
Creo que de este hilo de preguntas pueden surgir respuestas muy interesantes. Me cuesta dar consejos porque a veces, aunque tengamos buenas intenciones, terminamos imponiendo nuestra manera de ver y abordar el mundo, en este caso, la moda.
Las personas deberían tener la libertad de encontrar su propio lugar dentro de la moda y entender que, incluso cuando parece que no, siempre estamos eligiendo.
Y después que esta persona se haga estas preguntas, simplemente conversaría para contarle mi experiencia, y que así pueda entender que puede reescribir su propia historia de la moda y su relación con la ropa desde sus propias palabras, ideales y valores.
Porque, repito, la moda ha sido tan expuesta, desde tantos puntos de vista —nuevas colecciones, tendencias, lo que se puede o no usar según el cuerpo— que ya no podemos decirle a la gente qué creer de la moda.
Es importante que cada persona atraviese sus procesos de cuestionamiento, de reflexión personal, para luego compartir sus pensamientos y crear experiencias colectivas.
Creo que es del compartir colectivo de donde surgirán nuevas teorías de moda. Es decir, si cada uno de nosotres reflexiona en torno al vestir, a la moda y su consumo, al reunirnos inevitablemente vamos a crear teoría de moda, nuevos puntos de vista, lecciones y formas diversas de pensar, enriqueciendo así el proceso sociológico de la moda.
Entonces solo le haría preguntas sobre su vestir, sus lecciones y de sus experiencias con la ropa. Muchas veces lo que nos ponemos pasa a un segundo plano; es la experiencia al usarlo lo que protagoniza la moda.
Este artículo fue escrito en el marco de la primera cohorte del Modáfono, un programa formativo de Esbaratao.
Somos un equipo independiente impulsado por la pasión de informar sobre las problemáticas de la industria de la moda local y generar soluciones.