El día que Coco Chanel normalizó el uso de los pantalones en la clase alta, cuando anteriormente había sido considerado un símbolo de travestismo; o el día que David Bowie apareció en la portada de uno de sus álbumes con un vestido de seda haciendo referencia a las mujeres burguesas de la época victoriana, son momentos que cambiaron tanto a la cultura popular, como a los roles de género establecidos al vestir.
Siempre hemos escuchado o visto lo que tiene que ser «masculino»: tener rasgos fuertes y bruscos, al igual que una personalidad ligada a todos estos estereotipos de lo que «debería ser un hombre». Esto se ha visto con el desarrollo de la sociedad, y sobre todo, a través de su representación en el cine y la televisión.
Los tacones, largas pelucas y hasta el maquillaje fueron considerados elementos masculinos y de la realeza. Los nobles franceses durante la corte de Luis XIV en el siglo XVII lucían tacones para demostrar su superioridad y poder, mucho antes de ser denominados como una pieza femenina.
Primeros indicios de moda masculina
Dentro de las primeras civilizaciones, ya existían pequeñas distinciones en los ropajes entre mujeres y hombres, aunque estos se distinguían más por su clase social que por el género. Se podían reconocer accesorios o prendas ceremoniales en personas con poder o que pertenecían a la clase alta.
Ejemplo de esto es el imperio romano. Las togas de lana, usadas únicamente por hombres romanos (y prohibidas para los esclavos y extranjeros), llegaban a medir 6 metros o más, eran de forma rectangular, con un largo hasta los codos y rodillas, junto a una túnica de lana o lino por debajo. Esta tela se iba enrollando alrededor del cuello para generar grandes pliegues y, además, existían diferentes tipos de togas para cada cargo y edad. En cambio, las túnicas de lino, por su material y poco uso de tela, eran usadas por los esclavos.
Un gran representante del estilo masculino fue el rey Luis XIV, quien marcó una nueva tendencia entre la nobleza con sus zapatos de tacón y, a consecuencia de su calvicie prematura, el uso de pelucas. Luis XIV era la Kendall Jenner del siglo XVII. Esta tendencia seguiría presente hasta el siguiente siglo.
Llegado el siglo XVIII en Francia, las prendas más comunes entre los hombres de la nobleza eran las camisas de seda con chaquetas bordadas y zapatos de tacón adornados con hebillas o broches brillantes, acompañado de pelucas blancas con bucles, trenzas o recogidos con moños. Los pantalones eran ajustados hasta la rodilla, y el resto de la pantorrilla estaba oculta con medias de seda o algodón.
La gran renuncia masculina durante la Revolución francesa
John Carl Flügel (1884-1955), psicólogo británico y miembro del MDRP (Men’s Dress Reform Party o el Partido por la Reforma de la Vestimenta Masculina), acuñó en el siglo XX el concepto de «la gran renuncia masculina», para referirse al rechazo de los adornos y vestimentas aristocráticas por los revolucionarios, y cómo estas pasaron de ser brillantes a ser más prácticas y neutras.
La Ilustración fue un movimiento cultural e intelectual durante el siglo XVII y XVIII, donde la razón como pensamiento era su base filosófica. Gonçal Mayos, en su libro La Ilustración, comenta sobre el cambio artístico y social y cómo este se reflejó en el estilo más simplificado y práctico. Con el inicio de la Revolución francesa a finales del siglo XVIII, esta idea del estilo masculino se solidificó.
Uno de los más grandes influyentes en este cambio de vestimenta fue el inglés George “Beau” Brummell que, con su amistad con el príncipe de Gales y presencia en la sociedad de Inglaterra, fue imitado durante el siglo XIX. Consideraba que el estilo masculino debía ser más sutil y plano. Tomando el cambio que estaban generando los protestantes en Francia, notó que se asemejaba a las tradiciones inglesas.
Un caballero debía ser impecable, delgado y sumamente elegante. Tenía que usar elementos como abrigos cortos hasta la cadera con colas largas, sombreros de copa, camisas blancas de lino con cuellos altos, pantalones largos y botas altas para montar a caballo. Semejante a la vestimenta de los revolucionarios durante la penúltima etapa de la Revolución francesa, pero cada uno con motivos diferentes.
Hubo un influencer, hubo una revolución, pero ¿por qué John Carl Flügel lo denomina como una renuncia masculina, si todos los movimientos planteaban esta visión del hombre, más discreto y sobrio?
¿A qué renunciaron?
La gran renuncia masculina se da en el momento en que el estilo masculino dejó de ser extravagante y divertido, donde el uso de una peluca y tacones no eran sinónimos de hombre, se dejaron de lado los adornos y estampados y se tomó una posición más «aburrida», según El Partido de Reforma de la Vestimenta Masculina.
La masculinidad se representó por años con elementos que ahora son vistos como femeninos y, al enfrentarse con esta opresión a la identidad y el disfrute de la moda, existieron hombres que se expresaron en contra de esa expectativa masculina del siglo XIX dentro de esta reforma de la vestimenta masculina.
Siglo XX: lo sobrio, lo colorido y lo masculino
Durante los años 20 y 30, el estilo entre los hombres había alcanzado un resumen clave que funcionaba en todo momento. Una chaqueta, un chaleco y un pantalón en colores neutros como el gris o el marrón eran la elección de outfit diario, acompañado de un sombrero, corbata y relojes de bolsillo como accesorios.
Este estilo variaría en los años 40, con la Segunda Guerra Mundial. En esta época se buscaba el máximo ahorro dentro de la indumentaria y se adopta el estilo militar en la vida diaria; se crean prendas conocidas como las bomber jackets y las gabardinas se popularizan gracias al cine en blanco y negro.
Los jeans ajustados, las franelas blancas y las chaquetas de cuero tomaron popularidad entre los jóvenes durante los años 50, como una forma de rechazar las normas de traje y sombrero que se habían mantenido hasta el momento. Los diseños eran simples, unicolor y buscaban ceñir la figura.
Elvis Presley en los años 60 y las prendas con estilo psicodélico de los años 70 permitieron experimentar más con los colores y cortes. Prendas ajustadas, desabrochadas, escotes, estampados, cinturones con grandes hebillas, cinturas altas y pantalones campana. Se presenta el estilo unisex, que puede ser usado por hombres o mujeres.
En los años 80, el maximalismo y los colores eran lo que predominaba. Suéteres con estampados creativos y looks brillantes junto con el surgimiento de íconos como Madonna y Prince. Tendencias que, al llegar los años 90, se dividieron en varios estilos. Grunge, hip hop y el minimalismo surgieron como respuesta a los estilos de los ochenta.
La modernidad: la perspectiva social y la moda genderless
Actualmente, a raíz de los primeros debates feministas de qué es masculino y femenino, el estilo masculino ha podido experimentar y abrir las opciones más allá de una chaqueta y pantalón gris. Las nuevas generaciones se reafirman con sus ideas de libertad y el concepto de «feminidad» poco a poco se deshace de esa carga patriarcal.
La comunidad LGBTIQ+ y el movimiento feminista tomaron la moda como una forma de expresión y protesta. La ropa, el género, el cuerpo y cómo nos identificamos con cada uno de ellos son formas de poder reconocernos y reafirmar nuestra valía como seres humanos.
La moda genderless va más allá de la idea de las prendas unisex. Son prendas pensadas para todo tipo de cuerpos, independientemente de su identidad de género, y es una invitación a divertirse con la ropa. Cortes, colores, elementos; solo es cuestión de atreverse.
Pero no todo es color arcoíris. Aunque esta idea de diversión y eliminar las barreras del género es más viable ahora, todavía hay muchos prejuicios que (de forma consciente o inconsciente) se siguen reflejando en la sociedad. Reglas no escritas que todavía se imponen como verdaderas y hacen que la identidad personal sea considerada una agresión social.
Moda masculina en Venezuela
Hasta el libertador Simón Bolívar y su emblemático traje amarillo, azul y rojo tiene su influencia en la moda inglesa del siglo XIX. La migración y las influencias europeas debido al interés del presidente Antonio Guzmán Blanco a finales del siglo XIX o la figura estadounidense durante la explotación petrolera en Cabimas a mediados del siglo XX marcaron nuestro estilo. Las influencias extranjeras en nuestra forma de vestir han estado presente desde la colonización, y permanecen en la actualidad como forma de ver la moda, la belleza y nuestra diversidad étnica.
El estilo masculino en Venezuela sigue contando con muchos prejuicios a consecuencia de una sociedad conservadora, donde el hombre tiene que ser masculino y probarlo constantemente. No se puede rasurar, no puede usar colores denominados como «femeninos», no puede demostrar debilidad y no puede tener intereses fuera de carros y mujeres.
Personalidades como La Divaza son impensables dentro de las familias más tradicionales, pero siguen creando un espacio y voz para la identidad de género y expresión en la moda.
Lo masculino: la jerarquía de dos géneros
La moda, además de representar nuestra identidad, también ha sido un símbolo de poder. La idea de la feminidad tratada desde la percepción masculina ha significado inferioridad, y que el hombre pueda ser femenino también significa que puede ser inferior. De esta forma no es precisamente como les gusta observarse.
Los valores sociales que se han construido por generaciones alimentan que el rosa es para las niñas (y la debilidad) y el azul es para los niños, y así debe ser. Un cambio de roles es un cambio de poder, y el poder es muy mezquino para ser igualado o cambiado.
¿Hay que vivir con estos roles de género porque es lo único que se nos ha enseñado?
Al ser conscientes del poder de la moda, de lo masculino y cómo este puede ir más allá de trajes grises, con vestidos, pelucas o zapatos de tacón, es que podremos cambiar la percepción de cada una de esas prendas como lo hicieron en otros momentos de la historia. La solución nunca será no permitirte desear algo diferente.
Deberíamos ser lo que queramos, como Barbie o como Ken o simplemente ser.