Texto por: Melany Cruzado.
Mi abuela era una gran amante del tejido, poco antes de fallecer le regalo a mi madre una chompa que ella misma tejió. Eventualmente, aquella chompa ploma paso a mí. El tejido ya no es el mismo: hay zonas que se han soltado, hilos que se han afinado, pequeños bordes que revelan el paso del tiempo.
Aun así, o quizás por eso mismo, me niego a dejarla ir.
En un mundo donde todo parece ser desechado cada seis meses, sostener una prenda así es una declaración de afecto y resistencia. La ropa que decidimos guardar no solo cubre nuestro cuerpo: guarda historias, emociones, heridas, y resiste al tiempo junto a nosotros.
La ropa construye memoria porque es testigo de nuestra cotidianidad: se arruga, se mancha, guarda huellas. En los armarios familiares hay un archivo íntimo de vidas que no vivimos, pero que nos tocan.
El vestido de novia de mamá, el uniforme escolar de nuestros hermanos, la blusa que intercambiamos con nuestra mejor amiga.
Memoria colectiva a través de la ropa
Pero la memoria también es colectiva, y grita historias que algunos intentan silenciar. En 2014, la sede de la Defensoría del Pueblo de Perú realizó una exhibición de prendas y objetos hallados en fosas clandestinas en Ayacucho, cercano al cuartel militar Los Cabitos, con el objetivo de que las víctimas de la lucha contra el terrorismo (1980-2000) puedan ser identificados por sus familiares.
Suéteres rotos, polleras bordadas, ojotas, e incluso medias que, en este contexto, dejaron de ser solo prendas para convertirse en un manifiesto de resistencia, huella y dolor; un testimonio forense y afectivo.

También están los trajes típicos que migraron junto a quienes se vieron en la necesidad de dejar sus pueblos debido a la centralización que existe en Lima. En este sentido, estas piezas llenas de color y bordados se convierten en una forma visible de pertenencia y memoria.
La vestimenta como una forma de resistencia
Vestirse también puede ser una forma de resistirse a la norma, de decir no. A veces, esa resistencia es íntima, como llevar una falda cuando te dijeron que no podías, usar colores intensos dentro de una sociedad limeña en la que se celebra lo neutro.
En el Perú, la vestimenta tradicional ha sido históricamente rechazada dentro de espacios urbanos. Sin embargo, muchas mujeres quechuas y aymaras han seguido usando polleras y suéteres coloridos, resistiendo al racismo estructural porque vestirse es más que una costumbre, es también un acto político.
Los más jóvenes también han encontrado en la ropa un espacio de resistencia, mezclando prendas de segunda mano, piezas intervenidas por ellos mismos, colores, etc., tal como es el caso de Ivanna Navarro, quien desde sus cuentas de Tik Tok e Instagram cuestiona y reflexiona sobre la moda y los estándares de belleza que existen en nuestro país.
La nostalgia también puede ser una forma de resistencia: recuperar lo blando, lo íntimo.
En un mundo que nos exige velocidad y perfección, llevar prendas que solían pertenecer a nuestras abuelas, madres, piezas de segunda mano o intervenir nuestra ropa es también una forma de reafirmarnos y decir: «me construyo desde lo que fui».
Este artículo fue escrito en el marco de la primera cohorte del Modáfono, un programa formativo de Esbaratao.
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